Berlín, la ciudad de centros múltiples

(en La Tercera, Santiago, 8.nov. 2014)

El muro cayó hace 25 años pero a veces aún es perceptible. Por estos días abundan especiales sobre Berlín en la prensa internacional que en general han mostrado las diferencias sociales, culturales y económicas que todavía perduran tras 25 años de “reunificación”. Allí están las mediciones y estadísticas que proporcionan Die Zeit, The New Yorker, The Guardian y un largo etcétera: el muro perforado no logró diluir formas de vida de personas que sobreviven a la extinta República Democrática Alemana.

Como respuesta a la conmemoración, la ciudad de Berlín propone el gesto “Lichtgrenze”, que consiste en una frontera de luces que seguirá el curso del muro con una hilera de ocho mil globos blancos. A través de este acto la ciudad pretenderá intervenir una vez más la memoria colectiva con la consigna del nie wieder o nunca más. Pero no solo durante este fin de semana, sino que de un modo permanente la visita a Berlín invita a un viaje histórico. No se trata de lo histórico en un sentido tradicional, como sería reconocer un pasado congelado en el tiempo y que en general se busca en los recorridos entre monumentos por Roma o París. Moverse entre las calles de Berlín permite atravesar los distintos presentes que conviven y se agitan hoy en la ciudad.

La primera vez que llegué Berlín fue en el invierno de 1999 y no recuerdo haber tenido que volver a caminar entre tanta nieve. El blanco no me dejaba distinguir claramente las calles de las veredas y todavía más, las grúas de los árboles. Eran tiempos de (re)construcción frenética, de llenar las superficies vacías que había dejado el muro en el centro de la ciudad y de “saneamiento” de las construcciones que heredadas de la RDA. Esa situación no ha cambiado demasiado, y todavía las maquinarias, las tuberías y los acopios de materiales son parte del paisaje cotidiano en la ciudad. La construcción como un estado permanente, desafía de cierto modo al visitante de Berlín a tener que encontrar la “belleza europea” ya no bajo los criterios clásicos que aprendimos en la escuela sino a partir del dinamismo y la transformación.

De mi viaje de 1999 conservo una particular fotografía imaginaria de la reconstrucción de Potsdamer Platz, la plaza que en los años de la preguerra había sido el corazón de la modernidad berlinesa y la intersección central de las grandes avenidas. Luego de su destrucción fruto de los bombardeos durante la segunda guerra, durante la guerra fría pasa a convertirse en una extensa superficie baldía atravesada por el muro y los puestos de la frontera. De esa manera, es que en 1989 el mismo baldío suspendido en el tiempo se transforma de pronto en la llave estratégica que selle la “reunificación” y permita una nueva imagen internacional para Berlín. Como consecuencia de una serie de convocatorias, se comienza la construcción de un mega proyecto urbano que pretende retornarle la vida a esa intersección de calles por medio de la construcción de sofisticados edificios de gran altura que le dan el monumental rostro actual.

Hoy como un tipo de oasis de cristal, Potsdamer Platz contrasta con el silencio y la mediana altura del resto de la ciudad y su vida actual posiblemente pueda reducirse al tráfico de oficinistas y turistas que buscan las marcas de la historia (hay una especie de museo de sitio sobre lo que fue la plaza en los tiempos de la preguerra y también, una serie de fragmentos del muro). Personalmente frecuento con regularidad el lugar pero sobre todo por su ambiente cinéfilo. El Arsenal es la sala de cine independiente que dialoga con las múltiples salas de cine comercial. El célebre Sony Center alberga además el Museo del Cine y Televisión y la Escuela de Cine. Es posible acceder a la cafetería que se encuentra en una terraza en el último piso de este edificio, a la altura de su cúpula, que resulta interesante por su vista hacia todo el casco interior del edificio y la proximidad con la materialidad de la arquitectura.

Berlín no tiene una lógica urbana convencional y es fácil frustrarse tratando de encontrarla. La ciudad es extensa y a veces caminar no es la mejor opción para moverse, pero sí está completamente habilitada para recorrerla en bicicleta. En mis recorridos iniciales llevaba un libro en el bolsillo como cábala: “Importa poco no saber orientarse en una ciudad. Perderse, en cambio, en una ciudad como quien se pierde en el bosque, requiere aprendizaje”, escribía Walter Benjamin en los comienzos de su libro Infancia en Berlín hacia 1900. Elijo nuevamente Potsdamer Platz como un punto de partida de posibles recorridos. En sus inmediaciones circula el Bus 100, una alternativa al estereotipado city sightseeing que recorre la arteria Unter den Linden y pasa por hitos célebres del centro histórico: Alexanderplatz, la Isla de los Museos, la Catedral, la Universidad Humboldt, el Palacio de la República (con su historia propia en la que vale la pena detenerse) o la puerta de Brandenburgo. Algunas de estas edificaciones permiten el acceso a vistas panorámicas en las que se conjugan grúas, agujas de iglesias y edificios de distintas épocas. Yo por mi parte me mantengo leal a la que ofrece el Siegessäule, la monumental columna cuya escalera interior de caracol, conduce a las faldas doradas del ángel de la victoria, y permite apreciar las frondosas copas del parque Tiergarten.

Si las grúas y los nuevos edificios siempre están ahí para recordarnos sobre el “milagro alemán”, la experiencia totalitaria del fascismo y la de la guerra no termina de diluirse. Si averiguamos más de la cuenta, es fácil darse cuenta de que uno camina sobre montículos de escombros de los antiguos edificios destruidos y que debieron ser trasladados y organizados por los sobrevivientes, que fueron principalmente mujeres. Ese es el caso, por ejemplo de Teufelsberg, un cerro cubierto actualmente con una capa vegetal en donde se halla un observatorio ya en ruinas; o también en las colinas del famoso Görlitzer Park en Kreuzberg, que en los últimos años se ha convertido en un punto de encuentro de jóvenes y turistas. Sumado a esos lugares “invisibles”, el registro de la devastación que produjo la guerra también puede conocerse en sitios como Topología del Terror o el Museo Judío. Pero también hay otras huellas más modestas que se cuelan en la visita y que pueden dejar improntas mucho más profundas en la memoria de los visitantes: la hilera continua de ladrillos en la calle que recuerda la ruta del muro, las pequeñas placas de bronce en las puertas de edificios que tienen inscritas nombres de personas judías que fueron detenidas en esos lugares, o también, los grabados y dibujos de la escultora y artista gráfica Käthe Kollwitz, que se conservan actualmente en Charlottenburg en el museo que lleva su nombre.

Si bien los bajos costos de vida y la dimensión “multiculti” se han convertido en una tarjeta de invitación para venir a Berlín, las problemáticas de la ciudad no tardan en asomarse. El desempleo, la dificultad de desarrollar la vida profesional, los bajos ingresos, o también, los problemas de integración en las estructuras alemanas que padecen el número crecientes de extranjeros que arriban cada año. Se sabe que el bienestar de Berlín está subsidiado por la producción de otras grandes ciudades alemanas, como podrían ser Frankfurt o Hamburgo, y que su cultura particular la hizo hasta ahora medianamente invisible a la mirada de los grandes consorcios y cadenas comerciales. No en vano se ha comercializado últimamente por medio del eslogan “Berlin, arm & sexy”, inscrito principalmente en los barrios que aceleradamente se gentrifican. Esa ausencia de mercado influye de manera directa en la escasa contaminación visual propia de la publicidad y la presencia protagónica de extensas y numerosas áreas verdes, como parques agrestes más que jardines cuidados o decorativos. Sobre ese paisaje levita además una sensación permanente de habitar una ciudad “permisiva”, agitada por sus aires de libertad, en donde el control y la vigilancia de “las autoridades” tan habituales en otras metrópolis se reemplaza diría por la autodisciplina y la responsabilidad social sobre lo este patrimonio en-común.

Berlín tiene su génesis en un puñado de pueblos que terminaron por conurbarse y conformar hoy una ciudad de extensas superficies en el mapa europeo. De acuerdo a ello, sus distritos actuales, como Friedrichshain, Kreuzberg, Charlottenburg, Zehlendorf, Prenzlauerberg o Weisensee, por nombrar solo algunos, conservan a su modo una identidad propia y una cierta autonomía para su funcionamiento, lo que hace en general que sus habitantes no deban trasladarse o recorrer grandes distancias durante el día hacia otros barrios. Esa particularidad también se proyecta en la ausencia de un discurso homogéneo que identifique a la ciudad o acorde a un “espíritu” actual común. Así como sus distritos múltiples, aquí también las perspectivas, los puntos de vista, las radiografías y las demandas diversas conviven y se confrontan diariamente.

Quizá sea justamente esto último lo que haga sentido para volver a pensar esa noción de “reunificación”, ya desprestigiada y resbaladiza y que vuelve a resonar tanto por estos días. Es decir, quizás nos sea útil ya no para nombrar un acontecimiento histórico preciso que ocurrió un día hace 25 años, sino mejor para pensar el proceso cultural que se ha dinamizado a través de estas ultimas décadas y para nombrar justamente esa reunión o estallido de tiempos, nacionalidades, culturas, religiones y lenguas que es posible de experimentar aún en un breve paso por Berlín.

This entry was posted in Uncategorized. Bookmark the permalink.

Leave a comment